- DEPO-PROVERA. Una enfermera sostiene una caja del anticonceptivo en Uganda. Foto: Wambi Michael/IPS
En inglés es conocido como the shot,
el disparo. Una inyección intramuscular
de 150mililitros cada 12 semanas
con una eficacia anticonceptiva
del 99%. Es el Depo-Provera. Rápido,
discreto y barato. Su principio
activo es la progesterona, una hormona
sintética, similar a la que
segrega el cuerpo de las mujeres
de manera natural, que inhibe la
producción de óvulos y dificulta
la entrada y supervivencia de los
espermatozoides en el útero. Una
vez inyectado sus efectos son irreversibles
en tres meses. Su creadora
fue la Upjohn Company,
pero actualmente se comercializa
a través de Pfizer.
En sus inicios, el Depo-Provera estaba
pensado como un anticonceptivo
para hombres, pero, tras distintas
fases de experimentación, se convirtió
en la inyección estrella entre las
mujeres pobres, migrantes y proletarias
de algunos países del norte, como
Estados Unidos, y muchos del
sur.
Su aplicación masculina se descartó
por algunos efectos secundarios
como la pérdida de libido “algo que sin embargo,
parecía ser un mal menor en elcaso
de las mujeres”, afirman desde
la organización feminista india
Sama.
Debido a estas secuelas, tal y
como señala la académica Aline
Gubrium en
Baby, I’ve lost myMojo,
se usa como método de castración
química para agresores sexuales en
muchos Estados de EE UU.
Mujer pobre, negra, migrante
Desde su creación este anticonceptivo
ha estado ligado a la polémica. Su
expansión en los países del sur en
las décadas de los ‘70 y ‘80 se vincula,
tal y como señala
Sama, al control
del crecimiento demográfico y a
la apertura de nuevos mercados para
la industria farmacéutica. En el
norte, sin embargo, el uso del Depo-
Provera se debe, según las académicas
estadounidenses Aline Gubrium
y Amy Ferrer, a la preocupación por
todas esas mujeres que tienen hijos e
hijas sin ningún tipo de control “perpetuando
su estatus social de adictas
a los servicios sociales estatales”.
Norte o sur, lo cierto es que
esta
tecnología de la anticoncepción se
ha dirigido y dirige a una población
muy concreta: mujeres y jóvenes de
rentas bajas, pobres, proletarias, migrantes,
latinas, negras, indias...
Mujeres que en la mayoría de los casos
son sometidas a programas de
planificación familiar estatales en
una nebulosa de desconocimiento.
Uno de los últimos casos lo denunció
la organización feminista israelí
Isha l’Isha, que en 2011 publicó un
informe sobre el uso orquestado de
este anticonceptivo por parte del
Gobierno israelí con las judías etíopes
a través de programas de planificación
familiar.
El Depo-Provera fue aprobado en
1994 por la Agencia del Medicamento
estadounidense, FDA en sus
siglas en inglés, tras décadas de experimentación
en más de 60 países,
como señala Amy Goodman en
The
case against de Depo Provera.
Estados Unidos fue uno de los pioneros.
Así lo cuenta para DIAGONAL
Nicole M. Jackson, profesora de
Historia en la Universidad de Ohio:
“En la fase experimental el Depo fue
recetado sólo a las mujeres pobres.
En la mayoría de los casos lo usaban
porque estaba ligado a políticas de
‘bienestar social’ pero ellas no sabían
exactamente en qué consistía”.
Para Amy Goodman, la entrada en los países del
sur del Depo-Provera estuvo motivada
por grandes instituciones,
como la Organización Mundial de la
Salud, la Agencia Internacional de
Desarrollo (AID, en sus siglas en inglés)
o el Banco Mundial.
La expansión del ‘disparo’ en estos
años estuvo apoyada por el discurso
totalizador de Malthus, que
alertaba del crecimiento aritmético
de los recursos naturales frente a un
crecimiento geométrico de la población.
En este caldo de cultivo se empiezan
a ligar los préstamos de los
Planes de Ajuste Estructural al cumplimiento
de políticas de control demográfico
por parte de los Estados
receptores. “La industria farmacéutica
se apropió del discurso colonialista
de Malthus y de la visión patriarcal
de las mujeres como desempoderadas
y únicas responsables de la
fecundidad para experimentar con
nuevas formas de anticoncepción
como el Depo-Provera. Este es el paquete
que tuvo que aceptar el
Gobierno de la India en los ‘80, un
modelo de planificación familiar
impuesto para poder obtener los
préstamos del Banco Mundial”, explica
a DIAGONAL Ana Porroche-
Escudero, profesora de Salud y
Desarrollo en la universidad de
Sussex (Inglaterra). “En lugar de
controlar el consumo del norte, hay
que controlar la reproducción del
sur”, concluye esta docente.
Casi 30 años después de su aprobación,
el Depo-Provera aún forma
parte de los programas de planificación
familiar de numerosos países.
Sólo en 2011 la Agencia Internacional
de Desarrollo de EE UU le
compró a Pfizer más de 6,2millones
de dosis para sus programas en África
Subsahariana. Feministas y académicas
como Aline Gubrium han
denunciado esta supuesta ayuda en
forma de control de la natalidad, que
no contempla el peligro de contagio
de las enfermedades de transmisión
sexual como el VIH.
En EEUU el uso del Depo-Provera
aún se vincula a una práctica médica
dirigida, patriarcal y etnocéntrica basada
en multitud de estereotipos sobre
las mujeres negras. Según explica M.
Jackson a DIAGONAL, “aunque
también se administra a mujeres
blancas, su uso se fomenta
mucho más entre las afroamericanas.
En EE UU se conceptualiza
a las mujeres negras como sexualmente
más promiscuas, perezosas,
irresponsables o malas madres, de
ahí que no puedan acceder a todas
las opciones reproductivas posibles.
Los médicos no las ven capaces
de tomar decisiones ‘adultas’”.
Para M. Jackson, en el imaginario
colectivo las mujeres negras
aparecen representadas como parásitos
del sistema social: “Una
mujer negra que tiene hijos e hijas
sin estar casada y recibe ayudas
es vista como un lastre para el país.
Según esta lógica, esta mujer
no debería tener más descendencia
ya que no puede mantenerla.
La sociedad norteamericana cree
que las mujeres pobres no deben
ser dueñas de sus derechos reproductivos”.
Para las académicas estadounidenses
Aline Gubrium y
Amy Ferrer, “en la construcción
científica de beneficios y costes
del Depo-Provera se mezclan
cuestiones de raza, género y clase”.
Así, el ‘disparo’ se ve como un
mecanismo profiláctico contra
problemas sociales, como el embarazo
adolescente o la dependencia
de los servicios sociales, “lo
que lanza un mensaje de que este
anticonceptivo es necesario para
la salud pública de la nación”, sentencian
ambas autoras.
Para la lógica del sistema norteamericano,
según M. Jackson, “resulta
mucho más fácil culpar a las mujeres
de su pobreza por sus propias
decisiones vitales que poner de manifiesto
una matriz de distintas realidades
económicas y de control que
mantiene a los y las pobres en su propia
pobreza apenas sobreviviendo”.
La huella de un
anticonceptivo
EFECTOS ADVERSOS
Debilidad, sangrado excesivo, amenorrea (supresión del flujo menstrual),
migrañas, pérdida del cabello, pérdida del apetito sexual, mareos... son
algunos de los efectos adversos reportados por mujeres a las que suministraron
Depo-Provera dentro de un programa de bienestar familiar en
un hospital público en India, según denuncia la organización feminista
Sama. Las mujeres de países empobrecidos sufren más los efectos de
esta inyección intramuscular por sus condiciones alimentarias y sanitarias,
como señala la periodista Amy Goodman. Tras su suspensión, se tardan
seis meses de media en poder quedar embarazada de nuevo.
ALGUNOS DATOS
El Depo-Provera fue aprobado por
la Agencia del Medicamento estadounidense
en 1993 tras una
agresiva campaña de las corporaciones
fabricantes del medicamento.
El 33% de las usuarias tenían
entonces menos de 19 años,
un 84%, eran mujeres negras y
un 74% de rentas bajas.
TRAVESÍAS EN EL DESIERTO
Muchas migrantes centroamericanas que
recorren la travesía de 5.000 kilómetros a
través de México para llegar a EE UU usan
Depo-Provera previendo que las violen o
que tengan que usar el sexo como estrategia
para llegar a su destino. La documentalista
salvadoreña Marcela Zamora realizó
este mismo camino para poder dar voz a estas
mujeres en María en tierra de nadie.